El todo no es la suma de las partes. La ventaja competitiva de conseguir la inteligencia colectiva en un equipo de fútbol

Un equipo no es la suma de varios jugadores sino la interacción entre distintos jugadores que crean algo nuevo. Un nuevo sistema con identidad propia que es más que la simple suma de las partes. Al igual que la yuxtaposición del cobre y el estaño dan como resultado un nuevo metal, el bronce, cuyas cualidades son distintas a las del cobre o el estaño por separado; la unión de los miembros de un equipo da como resultado un ente cuyas capacidades son distintas a las que cada jugador tiene por separado.

Existen equipos plagados de jugadores de altísima calidad individual que no terminan de obtener el rendimiento colectivo esperado. Este hecho evidencia que el resultado no es la suma de las partes, existe una interacción constante de todas las partes que forman un sistema complejo que a su vez está formado por elementos que interactúan entre ellos. A mayor número de elementos, mayor número de interacciones y mayor complejidad.

Un equipo de fútbol está considerado como un sistema complejo porque está compuesto por un conjunto de elementos, jugadores, que interactúan organizados en torno a dos propósitos principales:

  • Marcar gol mediante la asociación a través del balón entre sus miembros.
  • Evitar que el rival me marque gol mediante la asociación sin balón entre sus miembros.

Para cumplir con estos propósitos, un sistema tiene que encontrar la forma más adecuada de interacción entre sus miembros. Por lo tanto, en un equipo de fútbol podríamos resumir estos dos propósitos en: defender la propia portería y meter gol en la portería que defiende el rival.

El punto más débil del orden en el sistema son las transiciones desde al ataque a la defensa. El equipo que pierde el balón mientras está atacando debe reorganizarse inmediatamente para adoptar una estructura defensiva que minimice la vulnerabilidad frente al ataque del equipo contrario. La eficacia colectiva consiste en la habilidad que tiene el sistema (equipo) de pasar de un estado a otro sin ser sorprendido. Es decir, la habilidad de colocarse rápidamente cuando pierdes el balón y de recuperar nuevamente el balón lo antes posible para coger al equipo oponente desordenado (transición defensa – ataque).

Pero un equipo de fútbol es como una microsociedad, así que el concepto de juego es como el concepto de la vida misma. Relaciones humanas que van más allá de los aspectos tácticos, técnicos y físicos. La estrategia al final es simplemente un medio para poner en práctica el concepto de inteligencia colectiva o inteligencia interpersonal.

Si la finalidad fuera simplemente el éxito personal de cada individuo, el equipo como tal nunca llegaría muy lejos y se iría en detrimento de la efectividad colectiva.

En la actualidad, vivimos en sociedades muy individualizadas, por lo que conseguir crear una identidad colectiva es muy difícil. Hay que crear un clima en el que todos quieran actuar en interés de la colectividad.

El talento individual es imprescindible para conseguir buenos resultados, pero no se debe convertir en un fin en sí mismo. El talento individual debe complementarse con el talento de los demás. De lo contrario, no se conseguirá la tan deseada efectividad colectiva. La simple asociación de los elementos individuales no nos permite deducir el comportamiento del conjunto. El comportamiento del equipo es más que la suma de las partes. Saber sacar el máximo rendimiento de esta máxima depende en gran medida del entrenador como director del conjunto.

¿Puede emerger una inteligencia superior colectiva de las interacciones individuales básicas? Los jugadores de fútbol, ¿realizan sus movimientos como robots o conciben el sistema como un todo para tomar decisiones conscientes, no mecanizadas? La eficacia de los sistemas colectivos o inteligencia colectiva (interpersonal) es objeto de estudio de los expertos en “Inteligencia Artificial”; estos científicos han intentado dotar de inteligencia colectiva a las máquinas sin que hayan conseguido hasta el momento emular la inteligencia colectiva humana.

Durante un partido de fútbol hay tantas situaciones posibles que resulta imposible decir a cada  jugador lo que tiene que hacer en cada situación. Las posibilidades con las que un equipo cuenta a la hora de abordar cada situación compleja de juego son infinitas. Por este motivo, sólo nos queda perfeccionar los procesos de aprendizaje durante los entrenamientos para que cada jugador sepa tomar la decisión más acertada en cada momento. Para conseguir este objetivo, modelos analíticos basados en la mecanización de toma de decisiones según el criterio de un único individuo, el entrenador, no resulta muy eficiente. Métodos más integrados en el que el entrenador cree situaciones complejas que emulen el juego real para que el equipo, como conjunto, realice un procesamiento de la información tal que le permita adoptar las decisiones más acertadas resultaría más adecuado. El entrenamiento basado en la interacción compleja con compañeros, oponentes y balón permitirá al equipo ser cada vez más eficiente en la resolución de problemas similares a los que se encontrará el día de la competición.

A diferencia de los robots que se limitan a actuar de forma mecánica en función de la programación que se les haya dado, el comportamiento humano cuenta con una ventaja competitiva: la percepción global del resultado de su acción.

Métodos analíticos de mando directo en el que el entrenador indica a sus jugadores lo que tienen que hacer, es decir, busca que el jugador mecanice la toma de decisiones, da una falsa apariencia de inteligencia colectiva. El jugador, en estos casos, solo responde a comportamientos básicos programados por el entrenador. El resultado global es similar, en apariencia, al que se obtendría si hubiera consciencia; pero en realidad no hay inteligencia porque el jugador no conoce el propósito de la acción, sino que se limita a hacer lo que le han dicho que haga. El jugador no sabe por qué lo hace, no ha deducido por sí mismo que la decisión adoptada es la mejor, por lo que será más difícil que en situaciones similares identifique que una decisión parecida puede llegar a ser igual de buena.

Para poder alcanzar la denominada inteligencia colectiva, que es más que la suma individual de las inteligencias, los jugadores deben estar dotados de autonomía y consciencia en la toma de decisiones. La percepción global del resultado de su acción debe ser única y no debe estar condicionada por la visión única del entrenador.

El jugador de fútbol tiene que tener una idea lo más clara posible de cómo funciona el conjunto y esa idea se la debe proporcionar el entrenador. Un buen entrenador transmitirá la idea general para que cada uno sepa dónde encaja, cuál es su contribución al equipo, qué relación tiene con aquellos compañeros con los que puede interactuar. Si todo está en su sitio y funciona al unísono, el equipo está perfectamente engranado y la inteligencia colectiva campará a sus anchas.

La función del entrenador se debe centrar en configurar la acción de cada jugador dentro de la configuración del equipo, manteniendo la autonomía decisional. Para dicha configuración, cada jugador debe descifrar continuamente como se está desarrollando el juego.

El posible problema proviene del hombre, compañero y oponente. El jugador debe aprender lo que podríamos llamar el lenguaje corporal de sus compañeros o rivales (inteligencia interpersonal). ¿Qué intentan decirme o que puedo interpretar de su movimiento o expresión?, ¿qué intentan hacerme creer?, ¿de qué me está avisando moviéndose hacia un lado u otro?… La clave está en descifrar la conducta de los demás jugadores que interactúan con él. ¿De dónde se puede sacar la información necesaria para hacerlo? De la percepción de estímulos relacionados, por ejemplo, con la posición o movimiento de los pies o manos, de las expresiones faciales, de la posición global del cuerpo, movimientos explosivos, reacciones a movimientos propios… En definitiva, a un conjunto de señales que el jugador debe interpretar de forma acertada.

Jugar al fútbol significa crear una infinidad de acciones corporales para indicar a su vez otras acciones que otros tendrán que crear de forma coordinada. El futbolista crea señales que deben ser percibidas correctamente por los demás compañeros. Una metodología adecuada de entrenamiento puede favorecer el conocimiento mutuo de los distintos jugadores del equipo, que se verá reflejado necesariamente en una mayor inteligencia colectiva. De esta forma, los jugadores de un mismo equipo intentarán crear señales claras que le permitan asociarse con sus compañeros y que sean indescifrables para el rival. Si el equipo oponente descifra estas señales, es muy probable que pueda anticiparse y neutralizar las acciones.

Las metodologías integradas permiten el aprendizaje de este tipo de señales (procesamiento de la información) y favorece la creación de una red de relaciones entre los distintos miembros del equipo que permite que la acción de todos converja en la estrategia colectiva. Este es el modelo, por ejemplo, en el que se basa el posicionamiento en zona.

El fútbol nace del cerebro, no de los pies. En la defensa en zona el jugador tiene que pensar. En el marcaje hombre a hombre, lo que manda es la fuerza o habilidad individual; en el marcaje en zona, es la inteligencia la que manda.

Encajar en un mecanismo general depende de dos niveles. Un primer nivel técnico – táctico. (Si un jugador juega como central, debe saber cómo actúan los compañeros y rivales situados en las posiciones más cercanas). Un segundo nivel más importante que consiste en “sentir el conjunto” para poder participar en las emociones colectivas, como por ejemplo la alegría de ganar o el miedo a perder. Solo se puede conseguir este segundo nivel emocional si se es capaz de actuar a la vez como individuo y como parte de un organismo superior, el equipo.

El valor más importante de la consciencia es que permite al jugador inventar soluciones nuevas ante distintos problemas. Si el jugador renuncia a la consciencia y se acomoda a que sea el entrenador el que de las soluciones, el futbolista no se preocupará por buscar una solución que le permita jugar cada vez con más eficiencia en un sistema complejo completamente hostil (partido de fútbol).

Toda esta inventiva o creatividad requiere consciencia. Sin consciencia no hay creatividad, no hay mecanismo de relación social, no hay talento, no hay inteligencia colectiva.

No hay motivo para creer que la expresión individual contradiga a la expresión colectiva. La expresión individual será incluso más notable si la colectiva lo es.

La notoriedad colectiva permite que la expresión individual alcance su mayor nivel. Por eso una identidad colectiva consolidada no debe anular las habilidades de sus miembros, sino resaltar sus destrezas y limitar sus debilidades.

Los parámetros de la estrategia en el terreno de juego son bastante lógicos. Observamos cómo están situados los jugadores (tanto los compañeros como los rivales). Quién domina el centro, quien controla el espacio. Con frecuencia se podría hablar de una especie de armonía. Los jugadores se posicionan en las zonas donde pueden ser más eficaces, donde esperan poder desarrollar su máximo potencial. Nunca debe estar en una posición inadecuada. La estrategia consiste en mejorar su posición para que tenga las máximas opciones de desarrollo potencial.

Los equipos suelen utilizar en mayor o menor medida la creatividad individual de sus componentes. Sin embargo, lo que resulta difícil es utilizar la creatividad colectiva. La organización colectiva ofrece un abanico de posibilidades diferentes a cada miembro del sistema (equipo). En el campo, cada jugador es el único responsable de sus actos, de tomar decisiones.

El jugador tiene que analizar muchas posibilidades. En esas posibilidades que surgen, es necesario que los demás participen. A mayor participación, mayor complejidad en el juego.

Finalmente el jugador debe tomar una decisión determinada. Si la situación es sencilla, se puede tomar de forma completamente consciente y podríamos decir que se hace de forma progresiva, usando los conocimientos y la lógica. Pero cuando aumenta la complejidad, es curioso observar como el jugador se dirige hacia dentro, entra en un espacio no consciente. Curiosamente, el espacio no consciente, al no estar controlado por la atención, ofrece más capacidad (tiene más sitio para incluir la complejidad). Y cuando finalmente tomas la decisión, siempre y cuando se haya entrenado en un sistema complejo, das preferencia a unas acciones frente a otras de forma casi inconsciente. Las emociones funcionan con facilidad en este espacio no consciente y terminan ofreciendo una solución acertada. El jugador se sumerge en esa especie de zona no consciente y se mueve casi por intuición, generando soluciones instantáneas.

Lo interesante de estos reflejos o respuestas intuitivas, es que se activan los circuitos que hacen que la mente disponga de más tiempo libre para poder tomar decisiones más sutiles, como por ejemplo la sincronización de una serie de acciones. El entrenamiento integrado prepara a los jugadores para hacer lo mejor en cada acción individual en este tipo de entornos complejos.

Cuando se habla de espacio no consciente o emocional, la gente suele creer que se trata de un proceso emocional básico en el que no se requieren conocimientos ni lógica. Pero eso no es así, se necesitan conocimientos, se necesita aplicar la lógica, se necesita la repetición de reflexionar sobre las decisiones, se necesita el entrenamiento por repetición.

Cuando dos equipos se enfrentan en un partido, a los dos sistemas les mueve el mismo propósito: mantener su estructura en orden y crear el caos en la contraria. Los dos sistemas están necesariamente unidos entre sí, pero lo relevante es saber cómo se adaptan estos sistemas complejos a las restricciones del entorno en el que están.

La gran fuerza de los sistemas complejos y a la vez su debilidad es estar constantemente sujetos a las normas que los crean. Para mantenerse a lo largo del tiempo deben encontrar un delicado equilibrio entre afirmar su identidad y adaptarse a un entorno antagónico. Esta regulación constante establecen los principios de la evolución. Individuos diferentes interactúan entre ellos, individuos diferentes dependen los unos de los otros, individuos diferentes luchan por los mismos recursos. Si uno de ellos evoluciona, los otros están obligados a seguirle (también tienen que evolucionar), todos están en lucha permanente y solo los mejores permanecen.

Los sistemas se esfuerzan por expresar su identidad entre el orden y el caos. Su confrontación es un drama constante interpretando la búsqueda de la armonía. Lo que llamamos sentido de armonía y resolución está muy ligado a un estado en el que el cuerpo funciona de forma eficaz, constante, sin consumir demasiada energía, sin impedimentos.  Esa armonía es contagiosa y es el principal valor añadido que aporta la inteligencia colectiva.