Por muy buenos jugadores que tenga un equipo a nivel individual, si no se consigue jugar de forma colectiva todo ese potencial se perderá en una suma de acciones esporádicas con escasa repercusión en el resultado de los partidos. El cuerpo técnico es el principal responsable de conseguir la tan deseada por muchos pero conseguida por pocos cohesión grupal.
La cooperación, cohesión grupal o compañerismo – que utilizaremos como sinónimos –, según el denominado modelo tradicional, suele estar condicionada por dos factores (Festinger, Schachter y Back, 1963). El primero, el número de relaciones positivas que se den entre los jugadores del equipo; de tal forma que a mayor número de relaciones positivas, mayor será la cohesión grupal del equipo. El segundo factor, las interdependencias de los jugadores para que cada uno alcance sus objetivos individuales; de tal forma que a mayor número de interacciones entre los jugadores – para conseguir los objetivos individuales – mayor será la cohesión grupal.
Festinger (1950) defendía en su modelo la existencia de una especie de campo de fuerzas que actuaba sobre el futbolista. La intensidad de estas fuerzas dependería de la atracción del grupo en su conjunto, de la atracción de los jugadores a nivel individual y del grado en el que el equipo consigue satisfacer las necesidades individuales de sus jugadores. El resultado de la suma de estas fuerzas de acción es lo que va a determinar el grado de cohesión del grupo (Hogg y Vaughan, 2010).
Diversos autores han resaltado el papel que juega la atracción interpersonal entre los jugadores del equipo como factor potenciador de la cohesión. En el siguiente modelo de cohesión social – distinto al modelo tradicional visto anteriormente – podemos observar claramente esta relevancia (Hogg y Vaughan, 2010).
Carron (1982) introdujo el concepto multidimensional en los modelos de cohesión grupal existentes y definió su propio modelo en el que se diferencian cuatro dimensiones – ambientales, personales, de liderazgo y de equipo –.
En función de todos estos factores que interactúan, Carron (1982) establece dos tipos de conductas – individuales y colectivas –. En cuanto a las respuestas individuales se observa sobre todo un mayor compromiso en la realización de las tareas de entrenamiento y una mayor satisfacción a la hora de competir.
Este modelo de Carron (1982) fue moldeado posteriormente hasta definir la cohesión grupal como un proceso dinámico que determina la tendencia que tiene un equipo a no separarse. El equipo se mantiene unido para conseguir los objetivos marcados previamente o para cubrir las necesidades de sus jugadores (Carron, Widmeyer y Brawley, 1998).
A raíz de los factores propuestos por el modelo de Carron (1982) se pueden diferenciar cuatro dimensiones: cómo trabaja el equipo para la consecución de los objetivos comunes (integración grupal ante la tarea/competición); cómo los miembros del equipo interrelacionan fuera de la competición (integración grupal en lo social); qué vincula al jugador con el equipo en la búsqueda de los objetivos colectivos (atracción individual hacia el grupo en la tarea/competición); qué acerca a cada jugador hacia el grupo en las relaciones sociales (atracción individual hacia el grupo en lo social) (Carron, Widmeyer y Brawley, 1985).
Erróneamente se suele pensar que el interés general del equipo tiene que neutralizar a los intereses individuales de cada jugador. En todos estos modelos teóricos se aboga más por la armonización y convivencia de intereses individuales y grupales. El jugador tiene derecho a tener sus propios intereses y es labor del entrenador y su cuerpo técnico conseguir que esos legítimos intereses se alineen con el interés del equipo. Si se consigue esto con la mayoría de los jugadores, estos pondrán toda su calidad individual y actitud al servicio del equipo. En este escenario, la cohesión grupal será una realidad y el equipo maximizará su potencial competitivo.