LÓPEZ DEL CAMPO, Roberto.
En el fútbol, como en otros ámbitos de la vida en el que la interacción humana se hace indispensable, es necesaria la figura de un líder que anteponga el interés común del todo al legítimo interés particular de cada una de las partes.
La autoridad, entendida como potestas,se obtiene automáticamente desde el nombramiento del cargo. Pero ¿Cómo alcanzar la auctoritas? ¿Cómo ser reconocido por los demás como alguien sabio y justo? Admitir, fomentar y ejercer la crítica es imprescindible para que los demás nos concedan la auctoritas necesaria para liderar.
Señalar las limitaciones de algo no significa no valorar su utilidad. Más bien, todo lo contrario. Se suele criticar solo aquello que se considera útil o interesante. ¿Qué hacer si se encuentra un error o se tiene una propuesta de mejora? ¿Mejor guardárselo para no molestar a nadie? Esto sería una decisión catastrófica. Rodearse de gente que dice amén a todo lo que comentamos solo sirve para alimentar nuestro ego. No ser permeable a la opinión contraria genera un ambiente endogámico poco fructífero en el que el miedo campa a sus anchas. ¿Se consigue mantener la autoridad? Sí, pero a través del miedo. Aquel que se mueva no sale en la foto.
La crítica siempre nos hace crecer. Someterse a la crítica ajena (discusión) o a la autocrítica (pensamiento) es siempre positivo, nunca negativo. Dudar de todo, lo diga quién lo diga, es el único camino para alcanzar el conocimiento. Una crítica sana que no consista en hablar mal de algo o señalar los defectos sin más. La crítica de la que hablamos es aquella que valora algo después de haberlo analizado de forma pormenorizada. No estamos hablando de la crítica impulsiva de gatillo fácil. La buena crítica, como el buen vino, necesita reposo. Sin embargo, el estudio reflexivo previo a la crítica no es garantía de nada. Por mucho que pensemos antes de hablar, podemos igualmente equivocarnos. Todo es verdad hasta que la realidad demuestre lo contrario. De ahí la importancia de la crítica propia y ajena. De someter todo a discusión. De no dar nada por verdadero.
Vivimos en la tiranía de la inmediatez y del prejuicio. ¿Quién ha dicho eso? ¡Pues es mentira! Por el contrario, si es uno de los nuestros o es alguien con potestas sobre nosotros, defendemos a ultranza su postura y nos adherimos a la causa sin pensarlo mucho. “Somos un equipo”, “hay que ser leales”, “estás con nosotros o contra nosotros”… son falacias de un malentendido corporativismo o falsa lealtad.
Otro de los males actuales es creerse en posesión de la verdad, porque yo lo valgo. A la vez que evitamos someternos a la crítica por si acaso, no vaya a ser que me dejen en evidencia y mi ego se vea resentido.
Fomentar la crítica y el pensamiento siempre genera ventajas. Si creemos estar en lo cierto y durante el debate evidenciamos con argumentos que efectivamente tenemos la razón, se reforzará nuestra confianza y aumentará nuestra auctoritas por el lado de la sabiduría. Pero incluso si nos hacen ver que estábamos equivocados, seguimos ganando porque aumentaremos nuestro conocimiento e incrementamos la auctoritas por el lado de la justicia. En ambos casos, salimos ganando. Equivocarse es humano y rectificar es de sabios.