Inteligencia emocional en el fútbol (I)

mesiLÓPEZ DEL CAMPO, Roberto.

Otros de los aspectos cualitativos que debemos tener en cuenta a la hora de analizar el entrenamiento óptimo son los relacionados con el control y la gestión de las emociones. Autores como Gaviria (2009) consideran que las emociones son el motor fundamental del comportamiento humano.

La importancia de la denominada inteligencia emocional radica en la competencia para regular de forma autónoma un conjunto de estados mentales, intensos y subjetivos, que conllevan cambios fisiológicos relacionados con la activación autónoma y las respuestas a sentimientos positivos o negativos. Todo ello va a influir de forma directa en el rendimiento del deportista (Mayor y Cantón, 1995).

Estos complejos procesos mentales regulados por la neurofisiología van a resultar determinantes a la hora de adquirir un nivel elevado de competencia. Es evidente que la toma de decisiones en la competición va a estar condicionada por los distintos grados de ansiedad, motivación, concentración, estrés y otros estados psicológicos en los que se encuentre el futbolista. Estos pueden llegar incluso a echar por tierra todos los beneficios de un entrenamiento previo perfectamente planificado y ejecutado (Cantón, Mayor y Pallarés, 1995). La adquisición por parte del deportista de la denominada inteligencia emocional permitirá minimizar los efectos negativos de los estados de estrés y ansiedad que la competición genere, al mismo tiempo que permitirá potenciar estados óptimos de motivación y concentración (Cox, 2009).

Están empezando a aparecer investigaciones pluridisciplinares que pretenden entrenar el control de todos estos aspectos psicológicos que resultan tan determinantes de cara a conseguir la excelencia. Pretensiones que para otros autores como Morin (2008) resultan demasiado simplistas y utópicas, ya que considera que la complejidad humana es difícilmente abarcable en una mera sesión de entrenamiento (Morin, 2008). No obstante, autores como Weinberg y Gould (2010) coinciden en la necesidad de incluir esta complejidad psicológica en los entrenamientos. De esta forma, los deportistas adquieren competencias muy útiles para soportar la presión competitiva que les puede impedir alcanzar la excelencia.

Se podría definir la inteligencia emocional como la capacidad de sentir, entender, controlar y modificar estados anímicos propios y ajenos. Esta capacidad se podría concretar como el conjunto de habilidades de autocontrol, automotivación, perseverancia y empatía, entre otras, que pueden entrenarse para sacar el mayor potencial intelectual. Estas cualidades conduce al individuo hacia una mayor eficiencia para afrontar los problemas de la vida cotidiana (Goleman, 1996).

Pero aunque el término de inteligencia emocional haya sido puesto de moda por Goleman (1996), el concepto que define – la esencia – ya fue señalada por clásicos de la filosofía como Aristóteles (2007, p. 258): “cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto; eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”. Esta perspectiva clásica del complejo término de la inteligencia emocional se relaciona con los conceptos de paciencia, templanza, prudencia, serenidad, tranquilidad y otros similares.