LÓPEZ DEL CAMPO, Roberto.
La autoconfianza guarda una estrecha relación con la motivación y el estrés, dos de los factores que correlacionan con el rendimiento deportivo. Según esta hipótesis, un deportista con una autoconfianza óptima reduce el estrés competitivo en beneficio de la motivación. Es decir, al enfrentarse a una situación potencialmente amenazante no se produce una situación estresante, sino un aumento de la motivación porque el deportista percibe la situación como un nuevo reto para poder demostrar su nivel de competencia (Buceta, 1995a).
Algunos autores hablan de distintos tipos de autoconfianza en función de los rasgos de la personalidad del deportista (Weinberg y Gould, 2010):
- Confianza en sus capacidades físicas.
- Confianza en sus capacidades psicológicas.
- Confianza en sus capacidades de análisis y toma de decisiones.
- Confianza en sus aptitudes físicas y de entrenamiento.
- Confianza en sus capacidades de aprendizaje y mejora.
Los niveles de autoconfianza que un deportista puede percibir dependerán de los objetivos que se pretendan alcanzar – lo que se puede denominar orientación competitiva –. Esta orientación puede ser resultadista, si se centra simplemente en ganar, o bien los objetivos pueden estar orientados más hacia la realización o rendimiento deportivo. Aunque ambas categorías no son excluyentes, es decir, se puede ganar y encima conseguir perfeccionar las capacidades; a veces el objetivo solo se centra en el resultado con independencia de que se juegue o no bien – entendiendo por jugar bien ejecutar acciones técnico-tácticas con maestría – (Weinberg y Gould, 2010).
Está ampliamente reconocida en el ámbito científico la importancia que la autoconfianza tiene sobre el rendimiento deportivo y por ende la consecución de la excelencia. La confianza en las capacidades y competencias del deportista es un signo que identifica a los deportistas de éxito. Pero cuando más se nota el efecto que tiene la autoconfianza sobre el rendimiento es cuando el deportista la pierde; esta circunstancia se traduce automáticamente en una pérdida significativa del rendimiento (Weinberg y Gould, 2010).