LÓPEZ DEL CAMPO, Roberto.
El método de entrenamiento integrado se puede definir como algo más que un entrenamiento, como el arte que facilita el desarrollo potencial de los futbolistas, provocándoles profundos cambios y orientándoles hacia la consecución de unos objetivos coherentes previamente establecidos (Wolk, 2004; Launer, 2007).
Que el entrenamiento psicológico integrado tenga éxito no sólo depende del entrenador como director del proceso. La idiosincrasia del futbolista también juega un papel relevante, existiendo personalidades más moldeables que otras o futbolistas más accesibles que otros en función de los distintos valores, creencias, expectativas, motivaciones, prejuicios o niveles de satisfacción que puedan tener en cada momento. En esta misma línea, numerosos autores consideran como aspectos críticos para la práctica del entrenamiento psicológico integrado el nivel de desarrollo emocional del futbolista, su grado de compromiso con el entrenamiento, su predisposición a ver las cosas desde otros puntos de vista, su permeabilidad a las ideas ajenas y su nivel de sociabilidad (Gyllensten & Palmer, 2005).
Pero por encima de todas las consideraciones expuestas, el compromiso y motivación del futbolista es una condición imprescindible sin la cual el entrenamiento psicológico integrado estará abocado al más absoluto fracaso. Para ello, la inmersión en el proceso debe hacerse de forma consentida y voluntaria. El entrenador no debe confundir la falta de predisposición con los lógicos recelos a lo desconocido, estando dentro de sus funciones eliminar estas barreras a la mayor brevedad posible en aras de una mayor calidad y efectividad del entrenamiento psicológico integrado (Day, De Haan, Sills, Bertie, & Blass, 2008).
En esta misma línea se manifiestan Zeus y Skiffington cuando, dando un paso más, consideran que el entrenamiento no será efectivo si el futbolista no se compromete firmemente a cambiar la visión que tiene sobre las cosas, las creencias que le limitan o las conductas destructivas. Este enfoque se fundamenta en la afirmación de que es nuestro modo de ver el mundo lo que determina nuestro comportamiento (Zeus & Skiffington, 2004; Longhurst, 2006).