Podríamos decir que la motivación es la «gasolina» que necesita la mente del futbolista para practicar deporte con una frecuencia e intensidad determinada. A mayor frecuencia e intensidad mayor será la necesidad de combustible.
Una de las funciones más importantes del entrenador es aumentar o mantener los niveles de motivación óptima de cada uno de sus jugadores. Pero no todos los individuos se motivan de la misma forma o ante los mismos estímulos. Además existe una motivación individual, propia de la idiosincrasia de cada futbolista, y una motivación colectiva. El entrenador tiene que encontrar el punto de equilibrio entre ambos tipos de motivaciones.
La naturaleza conductista del individuo aconseja que después de cada tarea de entrenamiento el jugador se sienta gratificado por el esfuerzo realizado. Este estímulo positivo hará que la conducta se repita en el futuro. En este punto, el entrenador debe crear o dejar que fluyan este tipo de estímulos agradables. Nos referimos a que las tareas de entrenamiento sean divertidas, que el ambiente grupal sea agradable, que se planteen retos ambiciosos pero alcanzables, que se fomente la resolución de problemas de forma cooperativa para aumentar la percepción de pertenencia al grupo y se refuerce de este modo la identidad grupal, que se reconozca y valore el esfuerzo…
El aprendizaje o progresión física, técnica, táctica y psicológica es sin duda el principal factor motivador interno. El deportista volverá al día siguiente con mayor motivación si sale del entrenamiento con la sensación de mejora. Una mejora global en la que el sujeto percibe que está progresando, que cada día es capaz de afrontar con éxito retos de dificultad y complejidad crecientes. El entrenador tiene que conseguir que sus jugadores realicen un feedback interno de calidad. Conseguir que el individuo sienta inquietud por mejorar, que ejercite una autocrítica constructiva y que disponga de libertad para aprender de forma autónoma.