LÓPEZ DEL CAMPO, Roberto.

Ningún futbolista nace siendo el nuevo Messi. Si analizamos la trayectoria del astro argentino hasta llegar al F.C. Barcelona, podremos comprobar como Lionel ha vivido 24 horas al día, todos los días de su vida, pegado a un balón de fútbol. Es decir, Messi es un genio no por inspiración o por genética – de hecho ha tenido que seguir tratamientos específicos para luchar contra una genética imperfecta – sino por trabajar duramente. La ventaja frente a otro tipo de trabajos es que Messi, como otros muchos futbolistas, tiene la suerte de poder trabajar en algo que le apasiona. Pero no por ello tiene que esforzarse al máximo.

A Messi nada le gusta más que ser futbolista, es su pasión. Y ha conseguido llegar donde ha llegado porque siempre ha querido estar entre los mejores, y si es posible (que en su caso sí lo ha sido), ser el mejor en su puesto. Con ese objetivo entrena todos los días y en el trabajo duro del día a día encuentra su motivación.

Ante de cada partido intenta concentrarse y pensar solo en el encuentro. En nada más que le pueda distraer de su objetivo: ser el mejor. Después de cada partido reflexiona sobre los fallos que ha tenido y junto a su entrenador y compañeros busca la forma de aprender para no volver a fallar en el próximo partido.

Cada día de entrenamiento trabaja en aquello que debe mejorar. Y a pesar de lo que pueda pensar mucha gente, es consciente de que le queda mucho por aprender. Por eso trabaja duramente, día a día en aspectos específicos. El entrenamiento se convierte así en un elemento motivante. El día del partido solo le queda disfrutar y recoger los frutos del enorme trabajo acumulado durante los días previos. Ese es el secreto de su éxito.